La Larga Revolución Ecológica

John Bellamy Foster

N
ingún movimiento revolucionario existe en el vacío; invariablemente se enfrenta a doctrinas contrarrevolucionarias diseñadas para defender el statu quo. En nuestra era, el marxismo ecológico o eco-socialismo, como el desafío más amplio a la crisis estructural de nuestro tiempo, está siendo contrarrestado por el eco-modernismo capitalista, el resultado de una ideología anterior del modernismo, que desde el principio se opuso a la noción de que el crecimiento económico se enfrentaba a límites naturales. Si el eco-socialismo insiste en que una revolución para restablecer una relación humana sostenible con la tierra requiere un ataque frontal al sistema de acumulación de capital, y que esto solo puede lograrse mediante relaciones sociales más igualitarias y relaciones más conscientemente co-evolutivas con la tierra —el eco-modernismo promete precisamente lo contrario. Las contradicciones ecológicas, según esta ideología, pueden superarse mediante soluciones tecnológicas y un crecimiento rápido y continuo de la producción, sin cambios fundamentales en la estructura de nuestra economía o sociedad. El enfoque liberal prevaleciente de los problemas ecológicos, incluido el cambio climático, hace mucho que antepone la acumulación de capital a las personas y el planeta. Se sostiene que a través de las nuevas tecnologías, los cambios demográficos (como el control de la población) y los mecanismos del "mercado libre" global, el sistema existente puede abordar con éxito los inmensos desafíos ecológicos que tenemos ante nosotros. En síntesis, la solución a las crisis ecológicas producidas por la acumulación capitalista es aún más acumulación capitalista. Mientras tanto, nos hemos estado acercando rápidamente al precipicio climático (es decir, a la ruptura del presupuesto de carbono) representado por la billonésima tonelada métrica de carbono liberado en la atmósfera, ahora a menos de veinte años si las tendencias actuales continúan.

En estas circunstancias extremas, es desalentador pero no del todo sorprendente que algunos auto denominados socialistas se hayan subido al carro eco-modernista, argumentando contra la mayoría de los ecologistas y eco-socialistas que lo que se requiere para abordar el cambio climático y los problemas ambientales en su conjunto es simplemente un cambio tecnológico, junto con la redistribución progresiva de los recursos. Aquí, nuevamente, se dice que la crisis del Sistema Terrestre no exige cambios fundamentales en las relaciones sociales y en el metabolismo humano con la naturaleza. Más bien, debe abordarse en términos instrumentalistas como una barrera formidable que debe superarse mediante la tecnología extrema

¿Cómo entonces hemos de ver la necesaria revolución ecológica y social de nuestro tiempo? Hoy en día, la creciente conciencia de tales problemas y de la ineludible conexión humana con el mundo natural en su conjunto, ha llevado a los científicos a explorar formas de desarrollo más sostenibles, como la agroecología, la bio-mimetización y los sistemas de resiliencia ecológica. El objetivo general de una sociedad ecológica, Fred Magdoff y Chris Williams escriben en su nuevo libro Creando una sociedad ecológica, es mantener la salud a largo plazo de la biosfera al tiempo que cubre de manera equitativa las necesidades humanas. Esta no es una tarea imposible, pero requiere el desarrollo de la ciencia a un nivel más alto: no se trata simplemente de la manipulación mecánica de la tierra y sus habitantes para beneficio privado, sino que se basa en el entendimiento y la preocupación por las complejas colectividades que constituyen los sistemas vivos y la vida humana en sí misma. Esto requiere una planificación ecológica, pero eso a su vez solo es posible si las relaciones sociales también cambian, reconociendo la libertad en términos de necesidades más profundas y más amplias que las del interés personal individual en una economía mercantilista.

Pero para lograr estas cosas, necesitaremos romper con los negocios de costumbre, es decir, con la lógica actual del capital, e introducir una lógica completamente diferente, destinada a la creación de un sistema metabólico social fundamentalmente diferente de reproducción. Superar siglos de alienación de la naturaleza y del trabajo humano, incluyendo el tratamiento del medio ambiente mundial y de la mayoría de las personas —divididas por clase, género, raza y etnia— como meros objetos de conquista, expropiación y explotación, no requerirán nada menos que una larga revolución ecológica, que necesariamente implicará victorias y derrotas y un esfuerzo siempre renovado, que sucede durante siglos. Es, no obstante, una lucha revolucionaria que debe comenzar ahora con un movimiento mundial hacia el ecosocialismo, uno capaz desde su inicio de establecer límites sobre el capital. Esta revuelta inevitablemente encontrará su principal ímpetu en un proletariado ambiental, formado por la convergencia de las crisis económicas y ecológicas y la resistencia colectiva de las comunidades y culturas trabajadoras, una nueva realidad ya emergente, sobre todo en el Sur global.

En la larga revolución ecológica que tenemos ante nosotros, el mundo va a transitar necesariamente de una lucha terrenal a otra. Si la llegada del Antropoceno nos dice algo, es que la humanidad, a través de una búsqueda única de ganancia económica que beneficia relativamente a unos pocos, es capaz de producir una grieta fatal en los ciclos bio-geoquímicos del planeta. Es hora, pues, de encontrar otro camino: uno de desarrollo humano sostenible. Esto constituye el significado entero de la revolución en nuestro tiempo.

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