Energía, Crecimiento Económico y Crisis Ecológica
Erald Kolasi
¿Puede el crecimiento económico continuar para siempre? Esta pregunta relativamente sencilla ha planteado algunos dolores de cabeza intelectuales al capitalismo moderno. En los Grundrisse, Karl Marx sostenía que el capital no puede tolerar ningún límite, con lo que quería decir que tanto el impulso de crecimiento como la búsqueda de nuevos mercados son necesarios para la supervivencia política y económica del capitalismo. Desde este punto de vista, las implicaciones de la cuestión plantean una especie de desafío existencial al orden actual. El capitalismo no puede reconocer ningún límite natural al crecimiento económico, porque eso significaría reconocer su desaparición definitiva. Para mantener la pretensión de que el capitalismorepresenta un sistema casi eterno e invencible, la mayoría de los líderes políticos y economistas que apoyan el orden actual han comenzado a recitar una serie de elaborados relatos sobre la relación entre las economías humanas y el mundo natural. Todas estas narrativas giran en torno a la idea central de que podemos desvincular el crecimiento económico de las necesidades materiales de la civilización humana. Hasta finales del siglo XX, los economistas entendían generalmente que un mayor crecimiento económico requería el uso de más energía y materiales. Pero cuando los compromisos de la posguerra entre el trabajo y el capital empezaron a derrumbarse en los años 70 y 80, las teorías económicas empezaron a cambiar de énfasis y dirección. Inspirada en las teorías neoclásicas, una nueva generación de economistas comenzó a argumentar que el crecimiento económico podía continuar sin el consumo de recursos adicionales del medio ambiente. Afirmaban que podíamos alcanzar este nirvana económico haciendo más con menos, invirtiendo en energías limpias y desarrollando tecnologías de eficiencia energética. En resumen, defendían nada menos que la sostenibilidad a largo plazo del capitalismo, ignorando toda la ciencia y las pruebas que se acumulaban en el camino.
Nuestros dirigentes políticos y empresariales, adoctrinados por la propaganda capitalista durante toda su vida, han llegado a creer que el crecimiento económico es como un elixir mágico capaz de curar todos los males. Para la mayoría de los habitantes del mundo moderno, no parece que sea siquiera concebible una alternativa al crecimiento económico, tal y como se calcula actualmente en el capitalismo. Pero imaginar y realizar estas importantes alternativas puede ser la única manera de evitar que la civilización humana se convierta en un desastre inminente. En lugar de organizar nuestras sociedades y economías en torno al principio del crecimiento, deberíamos organizarlas en torno al principio del desarrollo humano sostenible, que requiere la estabilidad metabólica de la ecosfera en general. Limitando fuertemente los niveles de producción y consumo en torno a algún equilibrio dinámico y haciendo hincapié en las relaciones humano-sociales cualitativas, en contraposición al nexo del dinero en efectivo, podemos evitar las burbujas y crisis periódicas del capitalismo al tiempo que prolongamos la duración de la civilización humana. Y distribuyendo más riqueza y recursos entre los trabajadores y la gente común, podemos construir una sociedad justa que no se vea afectada por espasmos recurrentes de inestabilidad política y económica. Lo social y lo ecológico son inseparables, y juntos representan el campo de batalla político cada vez más intenso de este milenio. Las generaciones futuras nos juzgarán con dureza si no aprovechamos este momento excepcional de la historia. La inminente convergencia de crisis, desde la económica hasta la ecológica, exige nada menos que una nueva visión de nuestro orden social.
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