John Bellamy Foster En su discurso de despedida a la nación, días antes de que Donald Trump regresara triunfalmente a la Casa Blanca, el presidente Joe Biden indicó que una «oligarquía» basada en el sector de la alta tecnología y que depende del «dinero oscuro» en la política está amenazando la democracia de los EUA. El senador Bernie Sanders, por su parte, advirtió de los efectos de la concentración de la riqueza y el poder en una nueva hegemonía de la «clase dominante» y del abandono de cualquier rastro de apoyo a la clase trabajadora en cualquiera de los dos grandes partidos. El ascenso de Trump a la Casa Blanca por segunda vez no significa, naturalmente, que la oligarquía capitalista se haya convertido de repente en una influencia dominante en la política de EUA, ya que esto es, de hecho, una realidad desde hace mucho tiempo. No obstante, todo el entorno político en los últimos años, especialmente desde la crisis financierade 2008, se ha ido desplazando hacia la derecha, mientras que la oligarquía ejerce una influencia más directa sobre el Estado. Un sector de la clase capitalista estadounidense controla ahora abiertamente el aparato ideológico-estatal en una administración neofascista en la que el antiguo establishment neoliberal es un socio menor. El objetivo de este cambio es una reestructuración regresiva de los Estados Unidos en una postura de guerra permanente, como resultado del declive de la hegemonía estadounidense y la inestabilidad del capitalismo de EUA, además de la necesidad de una clase capitalista más concentrada para asegurar un control más centralizado del Estado.
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